Carlos Delgado Álvarez
Director MZS Agencia de Calidad de la Educación
Una educación técnica que promueve altas expectativas de sus estudiantes y no solo tiene como horizonte inmediato el ingreso temprano al mundo laboral, puede tener un importante impacto en la calidad de la formación y crecimiento del capital humano de una sociedad. Diversas investigaciones nos señalan que la educación técnica puede ser el punto de partida en la trayectoria educacional de muchos jóvenes de sectores más desaventajados y convertirse en una potente oportunidad para sus desempeños académicos, sus expectativas educacionales y la continuidad de estudios en la educación superior.
Las mismas investigaciones indican que para tener mayores logros y generar un impacto en la productividad de un país o región, deben existir marcos institucionales claros, con participación del sector público y del privado. En este sentido, nuestras regiones pueden aportar a construir un diseño de gobernanza territorial basada en la coordinación de los actores claves de sus áreas prioritarias o de vocación productiva, de tal manera que se pueda provocar un salto hacia fases de mayor complejidad y productividad, de mejor calidad en los empleos y distribución de los ingresos, otorgando sustentabilidad a los sistemas productivos y de empleo regionales.
Las regiones constituyen el mejor espacio territorial para construir un sistema de formación profesional que responda a estos retos, simplemente, porque la educación técnica requiere de un ambiente de desenvolvimiento descentralizado, que es el escenario en el cual puede contextualizar su oferta educativa, tomar decisiones oportunas, realizar articulaciones efectivas, monitorear las implementaciones acordadas y evaluar sus resultados. Es en el nivel regional donde podemos establecer los vínculos para que el sector privado y el público colaboren para potenciar la innovación, la competitividad, la sustentabilidad y el desarrollo social, pero ello requiere de una institucionalidad que articule las rutas formativas y asegure la calidad de la formación de los actuales y futuros trabajadores y profesionales, pero que también pueda orientar a través de estándares indicativos y protocolos de evaluación de los aprendizajes, la gestión y los resultados de las instituciones formadoras.
Somos testigos y protagonistas de una sociedad en constante y acelerados cambios, en la cual se valora la creatividad, las capacidades de trabajo colaborativo y de comunicación crítica, bases para el desarrollo de las competencias de alfabetización, resolución de problemas y manejo de lenguajes tecnológicos. Si lo anterior no caracteriza nuestro actual sistema de formación profesional, requiere ser introducido con prioridad y urgencia. Las regiones y las instituciones de formación profesional deben ser las primeras interesadas en asegurar las capacidades de generar aprendizajes y competencias que respondan a las necesidades de los estudiantes y los trabajadores, del mundo del trabajo, y del desarrollo social y económico del territorio.