Ines G. Rose Fischer
Directora Carrera de Psicología
Universidad Santo Tomás
¿Qué escuchamos más frecuentemente y qué quisiéramos escuchar?: “Te equivocaste, no hay nada que hacer”. O, “si crees que te equivocaste, podrás solucionarlo”. Lo complejo de lo que decimos y cómo lo decimos, es que el lenguaje construye realidades. Generalmente la agresión lleva a más agresión; la persona que es criticada por hacerlo mal, lo hará mal de nuevo. Termina siendo como una cápsula de la que cuesta salir, sobre todo a ojos del que nos conjuró.
La crianza que recibimos dice que hay que retar, llamar la atención y castigar, hacer sentir mal y hasta humillado -incluso entre adultos- para que el otro aprenda la lección. Claramente, este método de enseñanza ha dejado heridas que todavía no mejoran, pese a las instrucciones más modernas de buen trato y respeto.
La vida ya nos ha aporreado bastante. A menos que seamos masoquistas, no andamos buscando que nos aporreen las personas que queremos. Creo profundamente que lo que buscamos es cariño y acogida: personas que nos quieran incondicionalmente, nos escuchen sin juzgarnos, que nos den refugio en la aflicción, confianza en la incertidumbre y respeto en la ignominia.
Si creemos que el niño cometerá el mismo error una y otra vez si no lo “corregimos” los adultos, pienso que una buena conversación, o un buen cuento o juego si es más pequeño, pueden valer más que una retahíla de censuras, advertencias y amonestaciones. Y si somos adultos, lo más probable es que ya nos dimos cuenta de que la “embarramos”, lo estamos pasando mal, y no queremos que nos pongan el dedo en la llaga o que nos golpeen en el suelo.
Como afuerina me daba risa en principio cuando escuchaba decir “no me pelees”. Pero ahora, la sabiduría chilota de crear esta expresión inexistente, me parece fantástica. Porque no se trata de “no peleemos” o “no pelees conmigo”. Es “no me pelees”, no me agredas: ya peleé en la pega, en la micro, en el hospital, en el negocio de la esquina, en la calle… No quiero que me agredan en mi hogar, las personas que viven conmigo. No quiero que me agredan por whatsapp mis compañeros, amigos o familiares…
Creo profundamente que lo que necesitamos es cariño y acogida. Por tanto, la primera tarea es darlos.