El Día Universal del Niño y la explosión social chilena
Por Beatriz Aguirre
Directora Nacional Escuela Trabajo Social UST
El Día Universal del Niño, que se celebra todos los años el 20 de noviembre, es un día dedicado a todos los niños y niñas del mundo. Es un día para reflexionar por los avances conseguidos, pero, por sobre todo, es un día para llamar la atención sobre la situación y garantía de sus derechos en nuestros países. Nada más pertinente por estos días en que hemos vivenciado la irrupción de un movimiento social y político sin parangón en nuestra historia democrática reciente.
Chile despertó en la forma de una explosión social como plantea Castell, reaccionando a un malestar social que cultivamos hace muchos años y que ha precarizado y vulnerado la vida de muchos, entre ellos los niños y las niñas. En este escenario, un ámbito de especial preocupación han sido las diversas formas de violencia -directa, estructural y cultural- a las que han estado expuestos.
Hoy a 30 años de la ratificación y firma de la Convención sobre Derechos del Niño, Chile tiene una oportunidad histórica de avanzar en un cambio cultural hacia el reconocimiento de los Derechos Humanos infantiles como proyecto político propio de un país democrático que sitúa a los niños y niñas como sujetos de derechos. Es imperativo un reconocimiento constitucional de los derechos de los niños y la futura carta fundamental que se redacte debe contemplarlos pues este cambio requiere de una institucionalidad que sea acorde, consistente y garante como motor clave de la política. Y la Ley de Garantías, que permanece en el Congreso, es la arquitectura institucional de partida para ello.
Chile se encuentra en un momento constituyente histórico. Atravesamos por la inédita posibilidad social y política de definir las reglas fundamentales de nuestra democracia. No nos podemos permitir dejar fuera a los niños y niñas y exigir el respeto irrestricto de sus derechos fundamentales por parte del Estado como garante principal. Chile necesita un acuerdo real en materia de infancias, con un Estado que asuma su rol y donde las circunstancias de los niños y niñas sean problemas públicos en su carácter de acontecimientos social y políticamente relevantes. Se trata de cambios profundos que devienen de “cambios transformadores” -en palabras de Reeler – que implican desaprender y allanar el camino para un nuevo régimen. No se trata solo de la instalación de nuevos sistemas, sino una transformación en las relaciones de poder y la cultura. Por que las infancias son un tema político, no pueden estar excluidos del país que pretendemos construir entre todos.