Una de las consecuencias de la emergencia sanitaria en nuestro país ha sido el cierre temporal de actividades presenciales en escuelas, liceos y universidades. Frente a ello, una de las medidas de las autoridades ha sido favorecer la continuidad de las actividades académicas por medios virtuales de aproximadamente 3 millones y medio de escolares y un millón cien mil estudiantes universitarios. Esto en un contexto de confinamiento y aislamiento social voluntario, que se ha hecho obligatorio en las comunas más comprometidas.
El inédito escenario actual ha forzado a profesores, estudiantes y familias a emplear diversos medios tecnológicos con el propósito de suplir la imposibilidad de la actividad presencial, y darle cierto sentido de continuidad a la labor educativa. Las instituciones de educación superior también realizan esfuerzos para abordar los múltiples problemas que plantea este aspecto de la contingencia: adaptación de sus modalidades de trabajo, capacitación, provisión de apoyos de conectividad a sus estudiantes, entre otros.
Sin embargo, más allá de estos necesarios esfuerzos, un escenario extremo como el que vivimos revela problemas de fondo. Uno de ellos es la desigualdad en el acceso y calidad de la conectividad a internet -distribuida según nivel de ingreso y territorio-, que implica brechas que hacen compleja la implementación del teletrabajo y la realización de clases online. Efectivamente, muchos estudiantes no cuentan con conexión y/o dispositivo adecuados para realizar actividades académicas online, cuentan con conexión de calidad insuficiente para el tipo de tareas proyectadas en la enseñanza online, o bien viven en lugares apartados que hacen compleja su implementación. De hecho, la región de Los Lagos es junto a La Araucanía, una de las regiones con mayores dificultades en el acceso a internet, dada su extensión, complejidad geográfica y ruralidad.
Por otra parte, la falta de capacitación de los profesores de todos los niveles -básico, medio y superior- en temas de enseñanza online representa un desafío central. Y lo es porque una modalidad virtual no consiste simplemente en traspasar de forma mecánica lo que se hacía presencialmente en el aula a un formato virtual, ni supone exclusivamente un problema de orden técnico. Antes que eso, exige respuestas a preguntas que no son nuevas, pero que hoy se agudizan en su urgencia: ¿cómo la educación deja de ser un monólogo para transformarse en un diálogo? ¿cómo multiplicar las oportunidades para que los estudiantes descubran y desarrollen sus capacidades? ¿cómo reconocemos la experiencia individual de los estudiantes para dotar de sentido a lo que enseñamos, frente a jóvenes cuyos referentes culturales son abiertamente diversos respecto de la generación anterior?
Ciertamente, debemos resolver problemas de conectividad, pero luego el problema a resolver es de enfoque: de ser capaz de mirar la educación como una actividad de transmisión cultural que nos obliga a cuestionarnos permanentemente acerca de su pertinencia. Tal vez eso nos devuelva algo del sentido de la educación como desarrollo humano, perdido en medio de la mercantilización de calificaciones, certificaciones y títulos. ¿Estamos preparados? No. Pero, como afirmaba Jean Piaget, los problemas están ahí para desafiarnos y ofrecer oportunidades al desarrollo de la inteligencia.
Alejandro Álvarez Espinoza
Psicólogo, Magíster en Psicología Educacional
Instituto de Psicología Universidad Austral de Chile