Por: Cecilia Fernandez N
Mamá, Periodista.
Mag. en Com. Estratégica y Negocios
Mag. en Gestión y Evaluación de Proyectos.
La idea de que la maternidad limita y restringe libertades ha sido un tema en muchas mujeres modernas a la hora de decidir si tener hijos o no.
Tener un hijo o una hija cambia la forma de pensar, de ver la vida, de resolver problemas. Lo que era prioridad ya no lo es. En algunas vivencias, hace que una mujer pueda empatizar más fácilmente con otras madres, nos hace más solidarias ante el dolor emocional. Algunos científicos afirman que estas trasformaciones se deben a que gestar un hijo(a) promueve un proceso de maduración cerebral.
Los cambios físicos, la falta de memoria y concentración hace pensar que, algunas mujeres, con el inicio de la maternidad se vuelven menos inteligentes y capaces, lo que conlleva una cierta incertidumbre a la hora de volver a la rutina habitual o al trabajo. Katherine Ellison, una periodista americana premiada con el Pulitzer demostró en su libro “El cerebro de mamá” todo lo contrario.
En su investigación científica, la autora explica que la maternidad no sólo ayuda a activar aún más la inteligencia de la mujer al tener que enfrentar nuevos desafíos, contribuyendo principalmente en cinco aspectos de la vida: la percepción, la eficacia, la resistencia, la motivación y la inteligencia emocional.
Sin embargo, ser madres en tiempos modernos es todo un desafío, más aún cuando no nacimos madres, y no lo fuimos hasta el minuto que nació nuestro hijo o hija. Sólo en ese momento también nació una madre. Sólo en ese instante comenzamos a aprender lo que significaba amar a otra persona más que a nosotras mismas.
Este doble nacimiento, de un hijo y el de una madre, significa no sólo alteraciones en la vida cotidiana a nivel de grupo familiar; sino que además múltiples cambios de la mujer, de aquella misma mujer que hace muy poco tiempo era sólo ella y que se convirtió en madre con todas las responsabilidades que ello implica.
Y es que a veces, el entorno no está preparado para recibir a esta nueva mujer, que siendo la misma que antes, ahora conlleva una serie de trasformaciones físicas y mentales que como sociedad no somos capaces de entender del todo.
Si bien cada experiencia es personal, propia y no hay un patrón a seguir en esta aventura de ser mamá, existen vivencias parecidas que nos permiten reconciliarnos con nosotras mismas, entender nuestras falencias como un aprendizaje diario y reconocer que al final del camino la maternidad nos puede hacer más felices, más alegres, más fuertes, más resilientes y capaces de lidiar con los desafíos que nos va poniendo la vida. Saber que, hay muchas mamás en el mundo que viven estas trasformaciones y que no estamos solas es un aliciente para seguir pensando que la maternidad es una tarea ardua y compleja, llena de retos y recompensas (un compromiso para toda la vida), pero también un regalo para ver nacer en nosotras mismas una renovada y mejor persona. Estoy convencida de ello.