Chile sin clase media
La estratificación social aborda dimensiones inacabables, es cosa de analizar la multidimensionalidad que por ejemplo hoy posee la Encuesta Casen, que ya no sólo contempla cuánto dinero tenemos en el bolsillo ni los ceros en la liquidación de sueldo a fin de mes, sino que las herramientas que eventualmente nos posicionan ante una categorización socioeconómica en la “sociedad de oportunidades”.
Y pongo el concepto de sociedad de oportunidades porque hoy en día el desarrollo económico de millones de familias en el mundo se supedita por las competencias que tenemos ante el sistema económico y al contexto social.
Dicho de otra forma, por más aptitudes o a veces por más preparación que tengamos ante el voraz mundo laboral y el mercado, son los poderes económicos quienes definen las directrices de quienes pueden surgir y quienes simplemente se quedan en la fila.
Y aquí entra a jugar la famosa clase media. Pero ¿qué entendemos hoy en Chile o en Latinoamérica como clase media?
En los últimos 15 años la clase media se ha autodenominado como el segmento de la sociedad que todo lo ha conseguido con esfuerzo, y que, sin tener herencia ni apellido, ni estirpe son capaces de generar una jerarquía social en base a un capital propio, incluso en varias ocasiones formando parte de quienes conducen el 50% de la fuerza de trabajo en el país.
Pero ¿Qué tan vulnerable es la clase media? Independientemente de una pandemia que obliga a desacelerar la dinámica en la economía, donde el mensaje es no salir de casa y no producir a un costo que aún nadie ha asumido ni visto palpablemente.
Y digo asumido, porque quienes componen los poderes del estado y las Fuerzas Armadas de nuestro país forman al menos el 30% de esa famosa clase media, siendo el 70% restante clase media alta y alta. Ellos son la clase acomodada, porque a diferencia del resto, poseen garantías.
Pero acá el objetivo no es clasificar, sino más bien enrostrar que la lucha de clases y la estratificación socioeconómica tiene matices al momento de establecer la cantidad y calidad de garantías que el estado y los privados otorgan.
Posterior a la 1era guerra mundial hasta la llegada de la Unidad Popular Chile intentaba, o al menos deslumbraba un fuerte desarrollo, avance tecnológico e industrialización en la fuerza de trabajo, lo cual significó mayor urbanización, mayor tasa de escolaridad, etc.
Por otro lado, las políticas públicas apuntaban a la nacionalización de recursos naturales y a mayor protagonismo del aparataje estatal en las decisiones que incumben a la ciudadanía.
Algo nos pasó en el camino, algo sucedió que permitió a Chile adaptarse a un modelo del cual nunca fue simpatizante, sino más bien detractor, donde la protección social era un proceso natural y no algo propagandístico como penosamente lo hemos visto desde el retorno a la democracia.
Trasladándose a la actualidad, y tras un estallido social que fue una catarsis ante injusticias que caminaban y caminan hasta hoy por la legalidad constitucional, el país se ve vulnerable y vulnerado.
Eso nunca nadie lo dijo, ni nadie lo predijo. Fue ahí donde los contextos sociales, económicos, culturales salieron a relucir lo desigual que es Chile hoy, más allá de los rankings que existan de la OCDE u otros organismos, es la realidad palpable que vive cada ciudadano en su cotidiano, pasado en limpio como una condena al modelo y al sometimiento de los costos de estar anclado en el sistema.
Hay cosas que en Chile hoy no tienen precio, pero que si cuestan. Por ejemplo, que un empresario deba trabajar un promedio de 15 horas al día para estabilizarse en al menos 5 años, si tiene suerte. En que un trabajador dependiente deba tomar locomoción en Santiago y utilizar en promedio de 3 horas de su día sólo para utilizar el transporte público.
La precariedad de una crisis sanitaria simplemente deja al descubierto lo poco que estamos preparados para afrontar de buena forma una alteración en la economía y en la productividad, teniendo que recurrir al gobierno de turno para que soluciones una verdadera catástrofe de sistema.
Claramente las muertes que hoy cobra el COVID 19 son lamentables, dejando en varios casos familias quebrantadas no sólo en lo emocional.
Chile hace muchos años que no tiene clase media, el cambio de modelo ha dado paso a que sólo percibamos un simple maquillaje de que a quien le va bien, le irá bien siempre. Triste realidad que deja claro que lo teórico no es directamente proporcional a lo empírico ni menos a lo histórico. Lo prometido siempre fue deuda, quién diría que la certeza en esa frase de la clase política hoy tiene los ojos puestos en todo su espectro.
Antonio Santana Ramírez
Periodista
Centro de Estudios Estratégicos y de Negocios