La responsabilidad social con nuestros adultos mayores
La responsabilidad social tiene muchas aristas que se relacionan básicamente a la relación entre las instituciones y los valores éticos que ejercen para poner en marcha sus estrategias aportando a su entorno en general, a través de prácticas de forma permanente las cuales deben tener impacto que sea capaz de ser medido de alguna forma.
En esta oportunidad traigo a colación la responsabilidad social del Estado con los adultos mayores, si bien es cierto que en estos tiempos de pandemia se ha vuelto una preocupación específica, esta no debiera estar supeditada a una contingencia en particular, debido principalmente a la contribución que han realizado durante su trayectoria muchas veces no se puede medir con una simple medida temporal de protección social, sino que debe pensarse de una forma mucho más integral y permanente, considerando que la población de adultos mayores cada vez es más numerosa, no puede ser que mientras más edad tenga una persona se vuelva más vulnerada en términos de sus derechos.
La edad de jubilación varía en diferentes partes del mundo, pero el concepto júbilo irónicamente proviene del latín “jubilum” que significa “gozo, felicidad, contento”, sin embargo, la gran mayoría de las personas en edad de jubilar en vez de alcanzar la tan ansiada “felicidad”, presentan miedo a caer en la pobreza y desesperanza, con un sistema social que denigra su calidad de vida, en esto cabe la pregunta ¿estamos preocupados realmente por agradecer a quienes han entregado su vida al trabajo y a la enseñanza de sus valiosa sabiduría?
Lamentablemente la respuesta sale por añadidura, pues la responsabilidad social del Estado no alcanza para entregar las condiciones mínimas para entregar el “júbilo” que se merecen quienes nos han enseñado a vivir, a valorar lo que tenemos, a guiar nuestros pasos, a mantener el sentido de identidad, a planificar nuestro futuro, entregando conocimientos válidos para enfrentar contingencias, para buscar caminos alternativos en momentos de dificultad y un largo etcétera que evidencia el tremendo valor que representan las personas por el sólo hecho de haber vivido.
El establecimiento de políticas públicas relacionadas con dar protección a los adultos mayores ha quedado en la simplista discusión sobre tener un sistema de protección social más amplio, donde lo único que se ha obtenido es presentar una institucionalidad y plantear los objetivos de política integral de envejecimiento 2012-2025, decorando los discursos de muchas de nuestras autoridades, pero en la práctica es muy poco lo que se ha avanzado en aquello, puesto que como pasa con muchas otras políticas públicas, existe una carencia de seguimiento de políticas públicas que den cuenta de su efectividad en la práctica.
Las cifras sobre el crecimiento exponencial de las llamadas “tercera y cuarta edad” siguen subiendo en el tiempo, lo cual indica que automáticamente muchas personas pasan de tener “una vida normal” a una “vida de subsistencia”, teniendo todos conciencia que en la edad mayor crecen también las necesidades relacionadas con la edad, sobre todo con la mayor cantidad de enfermedades que tienen los adultos mayores, estando muchas veces condenados a recibir tratamientos que no garantizan un cuidado adecuado.
Por otro lado, la responsabilidad social en empresas, pocas señales ha entregado a darle la oportunidad a las personas adultas mayores de insertarse laboralmente, siendo que ellos pueden resultar una verdadera apuesta para contribuir a sus estrategias, el conocimiento vivencial constituye un baluarte a la hora de tomar decisiones en cualquier ámbito, esto está comprobado en muchos estudios, no obstante no es necesario analizarlos tan detalladamente, debido a que esto se puede comprobar simplemente valorando a los adultos mayores que podemos tener a nuestro alrededor.
En esta línea, el diseño de los servicios públicos ha avanzado en entregar algunas preferencias, o algunas acciones de caridad que han realizado algunas empresas para también dar preferencias a los adultos mayores, pero cabe la pregunta ¿después de la pandemia qué pasará?, si nos ha costado entregar señales mínimas de respeto como por ejemplo el hecho de ceder el asiento en el transporte público culturalmente no está inserto en nuestro subconcinete. Es de esperar que el cambio venga con un verdadero convencimiento de que el respeto debe constituir un valor permanente en nuestras actitudes.
Existen culturas como las asiáticas, donde los adultos mayores representan son tratados con un especial respeto, ya sea por su sabiduría, sus creencias, sus aciertos y desaciertos, con lo cual se demuestra que el sentido de agradecer constituye un valor moral que debe estar arraigado a costumbres milenarias que poco se valoran en la cultura occidental, pero que si tienen eco en nuestros ancestros, los pueblos originarios pueden dar cátedras sobre el respeto a sus adultos mayores, puesto que ellos junto a la madre tierra representan en sí mismo las tres preguntas básicas de la filosofía, de dónde venimos, quienes somos y a dónde vamos.
En esta nueva realidad que viene sucediendo desde hace bastante tiempo, es necesario poder tomar las riendas de una vez por todas y dejar de hacerse los sordos respecto a las necesidades urgentes que tiene el país, las políticas públicas deben considerar que el envejecimiento también es cada vez más activo, por ello resulta fundamental entender que existe una responsabilidad social compartida entre el Estado, que por su parte debe realizar profundas reformas conducentes a entregar soporte en términos económicos, sociales y de salud para entregar un mejor bienestar a las personas adultas mayores, y por su parte las familias tienen el deber moral de atenderlos y cuidarlos como una forma de manifestarles la gratitud por lo entregado en la vida, quienes tienen el legítimo derecho a envejecer con la dignidad que se merecen.