La pandemia de COVID-19, causada por un nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), afecta ya a más de 200 países. A la fecha, se acerca a producir un millón de personas fallecidas y ha desencadenado alrededor del mundo, una carrera desenfrenada para desarrollar y probar varias posibles vacunas. Después de los necesarios ensayos en el ser humano, la esperanza es que, quizás a lo largo de los próximos meses una o más de estas vacunas candidatas demuestren ser seguras y costo efectivas para responder a la pandemia.
Aún no tenemos información disponible sobre eficacia y seguridad de aquellas posibles vacunas que van en fase más avanzada, ni menos sobre posibles fechas de su disponibilidad a gran escala. Sin embargo, con la información actualmente disponible, se puede suponer que se podría disponer a partir del segundo semestre del año 2021. Por dicha razón, es importante empezar a preparar los elementos esenciales para la introducción de la vacuna, priorizando aquello en los que se puede ir avanzando. Las experiencias adquiridas durante la vacunación contra la influenza pandémica H1N1 y la vacunación anual contra la influenza estacional, entre otras, deben ser aprovechadas como aprendizaje para elaborar un plan nacional de vacunación contra el COVID-19. Entre los principales desafíos que se anticipan para la vacunación contra el Coronavirus, se encuentran el asegurar acceso oportuno, equitativo y suficiente a las vacunas, obligando a prever anticipadamente, aspectos técnicos, económicos y logísticos de compra y distribución; la definición de grupos prioritarios para la vacunación y eventualmente el número de dosis a administrar para lograr una protección adecuada.
Con respecto a la compra, ha probado ser mucho más eficiente el comprar mancomunadamente entre varios países. Así lo ha sido, aprovechando las economías de escala, que los países de las américas por más de 40 años, a través del fondo rotatorio de la Organización Panamericana de la Salud, han podido proteger a sus poblaciones contra algunas de las peores enfermedades, combinando sus recursos para adquirir vacunas de alta calidad, al precio más bajo. Sería un grave error que nuestro país intentará adquirir por si sólo una vacuna, exponiéndonos a todos a llegar tarde y con gran pérdida en vidas humanas y recursos económicos.
Finalmente es clave reflexionar sobre los aspectos éticos involucrados en la fase de ensayo en humanos y sobre la necesidad de declarar y garantizar, a escala global, a este tipo de tecnologías sanitarias, como bienes públicos de carácter universal, a objeto de que el lucro y los intereses financieros de las grandes corporaciones farmacéuticas, no se constituyan en una barrera para la salud y la vida, especialmente de los más pobres y excluidos.
Osvaldo Artaza, Decano Facultad de Ciencias de la Salud Universidad de Las Américas