EL INCENDIO DE CALBUCO
Dr. Hugo Guerrero Alcalde, Médico Pediatra, Calbucano de nacimiento, vida y
memoria. Lo presentado es un fragmento de un libro por publicar de recuerdos de
la isla que fue. Correo: hguerrero00@yahoo.com
Cuando en mi tiempo de vacaciones en nuestra casa, charlábamos con los amigos
y recordábamos el INCENDIO, nuestra referencia es el incendio de Calbuco del 31
de Enero de 1943.
No recuerdo muy bien si ese fue un verano muy seco y si hubo o no elevadas
temperaturas, pero por las menciones que tengo fue un verano caliente. Yo tenía
ocho años, pero para esa edad ya la memoria está incorporada a las vivencias
conscientes, sabemos que desde el útero gestante podemos tener memoria que
se hace patente, o exterioriza, en nuestra vida ulterior.
Fue el domingo 31 de Enero de 1943. Hoy es Domingo 29 de Enero de
2006, lo estoy escribiendo a solicitud de uno de mis hijos interesado en saber qué
es lo que recuerdo de ese día, y de los inmediatos que siguieron.
Era un domingo, día de ir a misa, nosotros no éramos de misa
imprescindible, porque mi familia no estaba ligada a la Iglesia como obligación,
mis hermanos , que eran mayores que yo, asistían mas bien como un compromiso
social, para encontrarse con sus pares, compañeros de colegio y las amistades, o
quizás en pololeo efectivo; la abuela sí manifestaba la necesidad de que
fuéramos a la Iglesia para ser “ niños buenos “, a veces ella iba y la acompañamos
alguna vez, pero lo que con más agrado recuerdo haber asistido es al “ mes de
María “, en Diciembre con esos sosegados atardeceres, el armónico sonido
horizontal y lejano de las campanas que llamaban a reunirse, el crepúsculo silente
y prolongado, el cielo azul, y a la orilla de la isla el mar sereno, con su azul
turquesa tan característico y único, de superficie lisa, sin siquiera un leve cabrilleo
de su masa líquida, a esa hora ni se veían botes que llegaran al puerto, o salieran
de pesca. Y al final de la ceremonia litúrgica el cantico que nunca he
olvidado….”venid y vamos todos con flores a María…”
Todo invitaba al recogimiento y a la ensoñación. Era el atardecer, el
crepúsculo isleño. Así vivimos nuestra niñez venturosa..
Los domingos, como en todos los hogares se almuerza tarde, casi es la
norma de todas las familias, más aun tratándose del verano, la generalidad de las
personas estaban de vacaciones y en la proximidad de ” la Fiesta de la Candelaria
“, que era motivo de jolgorio para los que viajaban y asistían a pagar sus “mandas”
en la Iglesia de Carelmapu, continuando luego con el sentido pagano después de
la misa y procesión, y aún antes, la noche de vísperas, con cantos, guitarra,
acordeón y bombo, bailes “agarraos”, también cuecas y bailes chilotes, porque al
decir de Sara Huenante, ( hermana de la Delfina), después de pagar la promesa
estaba todo permitido…
Los que no salíamos del pueblo asistíamos a despedir las lanchas veleras
típicas de ese tiempo, con foque triangular y la vela mayor, blancas, recién
hechas, lanchas pintadas con negro alquitrán, con mucha gente en la cubierta,
trajeados con sus mejores vestiduras, las mujeres con sus chales, oscuros en las
maduras y de diferentes colores en las más jóvenes, ninguno se veía píuco, los
hombres bien cacharpeados con terno y sombrero negros, los zapatos bien
lustrados, o nuevos, que se confeccionaban en el pueblo, donde Don Pedro
Alcalde, y después donde su hijo Paulino, Chicharra Zamorano, su hermano
Califa, o Llica Hernández,-(que además era un gran futbolista),- eran los
reputados fabricantes de zapatos para hombres y mujeres; pero todo era un
espectáculo por su alegría contagiosa, y sus carcajadas que llegaban hasta la
playa, o intercambios de bromas con los que acudían a despedirlos, además de
los que en sus instrumentos ensayaban ritmos de danzas, o sentidas rancheras
mejicanas tradicionales, que se mantienen vivas hasta hoy.
Si era jocunda esta despedida, su regreso el dos de febrero, al atardecer, cuando el crepúsculo ya se pronunciaba con el lucero de la tarde, para anunciar la noche, la alegría era mayor en los que esperábamos, porque los viajeros se les veía desganados, por la
saciedad de los impulsos que los habían llevado a La Fiesta, por las trasnochadas
y los excesos en la comida y me imagino, la bebida, vino, chicha, mistelas
variadas, amen de las aventuras que contaban en los grupos reducidos de los más
íntimos.
También solían partir un grupo de hombres de a caballo, recuerdo a los
Evens, (Pancho, Nano, Chao y Nino), Hugo Andrade, creo que Chalo Schmeisser,
y otros, que personalmente los envidiaba, porque nunca pude ir con ellos. (Una
sola vez viajé hasta Chuyaquen y Cariquilda, – al frente de Maullín -, a caballo y
en solitario, pero nunca fui a caballo a la Fiesta de Carelmapu ).
Ese Domingo aún no nos levantábamos de almorzar, cuando sentimos
la campana que anunciaba incendio, desde el cuartel de la Primera se estaba
dando Alarma de Incendio, para nosotros su sonido eran tan fatídico, como debe
haber sido las sirenas de las ciudades europeas bombardeadas de la segunda
guerra mundial, que escuchábamos por la radio RCA Víctor de la casa en las
noches calbucanas. Para los que éramos niños ya teníamos la experiencia
espeluznante de los incendios en el pueblo.
Salimos todos a la puerta de la casa, en La Vega, conmocionados por la amenaza
latente, inminente, vimos que todos los vecinos hacían igual, las primeras
noticias: …¡ el incendio es en el centro, se está quemando la Capitanía de
Puerto…!
( Foto de “Cuadernos de Caicaen)
Mi Padre y mi hermano mayor Hernán, salen a la carrera para el centro, recién
se había comprado una casa donde pensábamos vivir, en la calle Eulogio
Goicolea ( ahora No. 66 ) El origen del incendio, en la calle Antonio Varas entre
Ernesto Riquleme y Federico Errázuriz, estaba relativamente cerca.
Yo acompañé a los Bomberos de la Primera que sacaron el Carro de
Palancas y las mangueras,… ya se veía una columna de humo negro que se
elevaba sobre la cuesta de la Vega, ayudamos a empujar la Bomba para subir la
cuesta empedrada, con arena y piedras sueltas por la sequía, nos resbalábamos
al impulsar la máquina, recuerdo muy bien las “chilenadas” de D. Coché Vargas,
” hagan fuerza h…” para lograr el máximo esfuerzo de empuje, al fin logramos
llegar y alcanzar la parte más alta, más arriba de la Señorita Chepita, donde
comienza la parte plana, y de ahí me volví a mi casa.
Era la bomba de la Primera Compañía, una bomba de cuatro ruedas, las dos
anteriores movibles para poder girar, cuerdas o sogas para jalar, arrastrar la
pesada máquina, con dos palancas que manejadas por cuatro hombres en cada
palanca producían presión para impulsar el agua que tenían en un estanque y
obtener por la compresión la fuerza necesaria para llevar el agua al lugar del
fuego. Tenía un sistema de transporte de las mangueras como carretes para
poder desplegar “el material” (que significaba desplegar las mangueras en el lugar
siniestrado) y colocar el “chorizo” que unía el estanque de la Bomba con la fuente
de agua.
Luego se vería que este esfuerzo era en vano, porque no se encontraba el
agua en ninguno de los estanques que existían, el verano se la había
bebido…Existían varios estanques de concreto que almacenaban agua para surtir
a las bombas en caso de incendios, que se ubicaban en lugares estratégicos, por
ejemplo a la subida de la cuesta de La vega, en el lado sureste del cruce de las
calle Galvarino Riveros con Sargento Aldea, en el patio de la Escuela de
Hombres, en la Picuta, y otros, que hacían un pequeño relieve en las calles; no
tenían mayor importancia porque no existían vehículos en esos años.
Mi hermano menor Harold (Ayol) y yo, siempre andábamos juntos, no
supimos qué hacer, nos quedamos solos, asustados, sin saber si llorar o
lamentarnos, angustia suprema. Instintivamente nos alejamos de la casa y nos
fuimos caminando por la calle Baquedano, nos encontramos con Segundo
( Clodomiro Soto Mayorga), que era de nuestra edad y amigo y decidimos irnos a
la Chacra; el camino se hacía atravesando la pampa de D Jorge Ditzel, (que
comenzaba donde está ahora la Calle Bilbao), y subíamos un cerro que nos
permitía acortar camino.
Tampoco se nos ocurrió ningún juego y quizás por la ansiedad y aflicción comimos manzanas verdes o ciruelas. Pasó el tiempo y comenzó a hacerse la tarde, volvimos a nuestras casas.
No recuerdo haber cruzado palabras con ellos. La zozobra nos sobrepasaba y con la llegada de la noche se hizo más grave y la incertidumbre del perseverante e incontenible
desarrollo del siniestro nos abrumaba, el cielo se veía enrojecido por las llamas y
el humo se sentía en todo lo que quedaba del pueblo.
Las llamas del incendio que continuaba desde las tres de la tarde hasta ahora
que ya anochecía, el pueblo en gran extensión ardía incontenible. Con alguien,
quizás mi hermana mayor, Violeta, fuimos a ver el incendio. Cuando subimos la
cuesta de La Vega era ya de noche, al llegar cerca de la Plaza de Armas
(Balmaceda), se veían las llamas de las casas cercanas ardiendo: el Cuartel de
Bomberos, donde estaba el Teatro La Bomba, todas las casas que estaban
alrededor de la Plaza, abajo hacia la orilla del mar…todo lo que podíamos
alcanzar con la mirada estaba abrasado…ardiendo…se escuchaba el crepitar del
fuego en las maderas resecas de las casas el olor del humo nos envolvía e
impregnaba nuestro aliento y nuestras ropas.
Una gran cantidad de personas nos encontrábamos cerca de la Iglesia, tristes, angustiados, muchos lloraban la pérdida de sus hogares y todos sus enseres familiares, otros temíamos que terminara todo el pueblo incendiado. Había ardido en algunas horas casi todo el
pueblo, por el viento que alentaba las llamas en las construcciones de madera
secas por el verano y la falta de agua y la carencia de “tiras” de mangueras de las
bombas.
Nuestro escaso desarrollo cognitivo no nos alcanzaba para comprender la
magnitud de la tragedia.
Habían llegado los Bomberos de Puerto Montt en el Escampavías “Yelcho”,
que conocíamos de antes por haberlo visto arribar numerosas veces, y conscriptos
del Regimiento Sangra, que llegaron en el mismo buque de la armada, habían
acordonado la calle antes de llegar a la Iglesia, pero recuerdo que habían sacado
una imagen de Cristo crucificado y a San Miguel y lo habían colocado frente a la
Plaza, como pidiendo su protección para que el fuego no quemara la Iglesia y no
continuara hasta La Vega.
Había Bomberos que con hachas, una especie de ganchos o garfios en varas largasd y cables estaban echando abajo una casa, que creo que era de D. Francisco Alvarado. Los Bomberos de Puerto Montt que traían más “tiras“de mangueras pudieron sacar agua de mar para su bomba con lo que se pudo controlar el avance del fuego.
Después he sabido, por el aporte de un amigo, Voluntario Honorario de la
Segunda compañía de Bomberos “Germania”, de Puerto Montt, quienes estaban
celebrando en un campo cercano a la ciudad, recibieron el pedido de auxilio desde
Calbuco y corrieron a su Cuartel para buscar los elementos como una Motobomba
Gaf y mangueras, y junto a las compañías de Hachas y Escalas y Salvataje
embarcaron en el Escampavía “Yelcho” rumbo a la isla de Calbuco. Desde lejos
vieron las columnas de humo y al llegar “un escenario dantesco, prácticamente
ardía la mitad del pueblo.
La orden del Comandante, don Bertoldo Binder fue clara y categórica: “Lo que se está quemando que se queme, pero el fuego no pasa de aquí”. El personal trabajó incansablemente, demoliendo muchas viviendas para evitar la propagación del fuego; la Gaf trabajó a toda máquina desde las 20 horas, hasta finalmente cumplir las órdenes del Comandante y extinguir este tremendo incendio”. Esto está en la Historia de la Segunda de Puerto Montt.
Nos dormimos agotados por el cansancio físico de haber estado caminando todo el tiempo, el desgaste psicológico del temor y la angustia, el desconocimiento de sus consecuencias, no habíamos vuelto a saber del Padre y del hermano mayor, era una especie de orfandad, un sentimiento de estar a la intemperie de los afectos y de la seguridad.
Pero teníamos nuestra casa intacta, no había llegado el fuego devastador hasta nuestro barrio de La Vega, sólo que se había destruido el sueño de la casa que mis padres habían comprado hacía un mes, quizás con la ilusión de dar a sus hijos una casa obtenida por el esfuerzo del trabajo honesto y perseverante.
El incendio dejó a Calbuco como una ciudad arrasada, y si al comienzo identifico el sonido aterrador de la Campana de Incendio con las sirenas anunciadoras de los ataques aéreos de la segunda guerra mundial, el resultado fue similar, el desastre y la destrucción casi total del pueblo, esta equivalencia es valedera a la resultante de los bombarderos nazis en los países europeos, la gran mayoría quedó sin hogar, sin haber salvado nada de sus bienes, ni siquiera lo más elemental, ni vestimenta, ropa de cama, artefactos de la cocina, porque lo que se intentó sacar y colocar en algún lugar distante del fuego, más tarde fue alcanzado por las llamas en su avance indetenible.
El resultado pavoroso, siniestro y desquiciante hizo que muchos dejaran el pueblo para instalarse en otras ciudades, y nunca más volvieron. Algunos tuvieron fe en un porvenir más halagueño, otros no tenían donde ir. La solidaridad se hizo una realidad, y así pudimos, -(digo mi familia) -, brindar hospitalidad a una familia de amigos, que habían perdido todo, en una casa que hubo que acomodar como vivienda, donde estaba lo que
llamábamos “la huerta”,sin mediar pago alguno. Así ocurrió con otras familias, de
ese modo llegamos a tener como vecinos a los Schmeisser, don Llemo, y la única
Farmacia del pueblo hasta que volvieron a instalarse, varios años después, al lado
de su Fábrica de Conservas “ La Isleña “ en la avenida Vicuña Mackenna, a la
orilla del mar.
Al día siguiente supimos de los acontecimientos vividos por mi Papá y
Hernán, mi hermano mayor. Habían logrado sacar de esa casa algunos objetos de
valor, como muebles, y mi hermano, que ya tenía inclinaciones por estudios
como Medicina u Odontología, procuró resguardar una calavera que había
pertenecido a una de las hijas del dueño anterior de la casa, quien había
estudiado Odontología, mi hermano había dejado la calavera junto a la puerta
para llevársela a la salida, pero cuando todo se convirtió en descalabro sin futuro
y corrieron para no quedar encerrados por el fuego, de un puntapié mi Padre
devolvió la calavera al interior.
Pienso en la frustración que debe haber sentido, haber perdido en horas el ahorro de un trabajo perseverante de toda una vida, no sólo de él sino también de la Mamá puesto que nunca conocí que tuvieran diferencias por el dinero de sus sueldos como Profesores Normalistas en la comunidad familiar.
Como fue él siempre optimista y lleno de esperanzas, pienso se recuperó
pronto de la perdida de los haberes materiales y se comenzó a pensar en una
nueva casa. Nunca supe cuánto le habría dolido, cuánta frustración de lo perdido,
después del sueño de una casa en el Centro…Ese tiempo no conocíamos lo que
era la resiliencia, mi Padre fue un ejemplo.
El incendio se originó en la casa de la Capitanía de Puerto, en el centro de
la ciudad, donde vivía el Capitán de Puerto Hugo Herrera, (me imagino Capitán
de Fragata), que al decir de la gente estaría comenzando a hacer un asado y para
encender el carbón habría usado gasolina, que al inflamarse, sin control, en un día
de un verano extremadamente caliente y prolongadamente seco dio origen al
siniestro, después de eso se le comenzó a dar el sobrenombre de “ Chispita “….
Parece que hablaba en sus declaraciones, que había sido “una chispita”.
La casa que recién habían comprado mis Padres, al vender La Chacra, (a los
Abonos Calizos), estaba relativamente cercana de donde se inició el fuego,
perteneció a un comerciante Don Luis García, una enorme casa de dos pisos,
más el entretecho y un subterráneo, de paredes de láminas de zinc, que me
pareció impresionante cuando con mis hermanos la fuimos a conocer, hubo dos
lugares que no he podido dejar de recordar: el subterráneo donde se encontraba
un pozo de una vertiente de agua permanente, que hasta hoy existe, además el
subterráneo nos sugirió escenario de aventuras de espadachines, porque habían
algunas armas viejas como escopetas y espadas oxidadas que habrían sido de los
antepasados del Sr. García y lo macabro fue ver un cráneo humano, lo que
desorbitó a nuestra imaginación, ya exaltada. (Después, a los años, supe que una
hija del dueño de esa casa era Dentista, y en sus tiempos de estudiante había
usado esa calavera en sus estudios de Anatomía…)
Ah! y la otra cosa imborrable de la memoria de esa casa, en el segundo piso, al lado del dormitorio de este señor, un pasillo estrecho, y en una pared el dibujo de una cabeza humana, como el dibujo de un niño preescolar, agujereada a balazos. Contaban que este señor tenía a una persona a quien odiaba, no sé si por mal pagador o por alguna otra
razón, pero cuando lo recordaba buscaba su revólver y se desquitaba disparándole .a la imagen.
Son recuerdos, estados de la memoria, que se intercalan, cuando hablamos
del Incendio de Calbuco, con mayúsculas. Al día siguiente solo cenizas y restos de las casas quemadas, láminas de zinc rotas, dobladas al estrellarse, porque volaron incandescentes por el viento desatado por las llamas y chocaron contra las paredes todavía erguidas, o contra el suelo, no había calles porque estaban tapiadas por los escombros y vigas
humeantes, como tocones.
Los dueños de las casas buscaban entre los restos carbonizados algo de valor recuperable que hubiera quedado en sus terrenos calcinados…Desolación, tristeza, sueños convertidos en pesadillas.
Las tres cuartas partes de la ciudad desaparecidas…
El Ejército, un destacamento, estuvo varios días haciendo vigilancia por si
ocurría algún desmán. No sucedió, y a la semana se fueron a su Regimiento
Sangra de Puerto Montt, entre ellos mi primo José Barría, Cochecito, que en esos
días fue un personaje estrella para nosotros los niños, porque nos contaba del
uso de sus armas, de las noches de guardia en el Regimiento y mucho de las
fantasías que un Recluta puede inventarle a un par de ingenuos.
El INCENDIO DE CALBUCO, del 31 de Enero de 1943, ha sido el suceso más
terrible, siniestro, catastrófico que recuerdo de mi pueblo natal.
Dr. Hugo Guerrero Alcalde, Médico Pediatra, Calbucano de nacimiento, vida y
memoria. Lo presentado es un fragmento de un libro por publicar de recuerdos de
la isla que fue. Correo: hguerrero00@yahoo.com