Guillermo Tobar Loyola
Académico del Instituto de Filosofía.
Universidad San Sebastián, sede De la Patagonia.
Una cualidad de la cultura chilena es su resiliencia que nos lleva a levantarnos rápidamente en tiempos de crisis, lo que nos llena de orgullo. La historia reciente y remota así lo avala. Terremotos, maremotos y erupciones volcánicas han sido una constante en la historia Chile.
Siempre, a pesar de la dificultad y del sacrificio, se ha salido a adelante y se ha vuelto a confiar en la reconstrucción de un Chile mejor. Sin embargo, hay algo en nuestros días que nos tiene paralizados, algo que no permite mirar el futuro con la misma confianza con la que miramos después de un desastre natural. Ese algo es la violencia. Un enemigo más poderoso y virulento que la misma fuerza de la naturaleza. Un temblor de tierra o un río de lava volcánica, por terrible que sean, son producto de una fuerza natural que no tiene la intención de dañar ni la conciencia de que la muerte es un efecto siempre posible. Únicamente sigue el curso de un proceso natural que rige de manera maravillosa y misteriosa el derrotero de nuestro universo físico. Un universo cuya acción última no es agrietar el suelo o quemar los campos, sino más bien facilitar la vida misma sobre la tierra.
Sin embargo, la violencia humana, presa de la irracionalidad y la falta de cordura, es capaz de generar de manera intencional daño y destrucción a un semejante. Lo grave de la violencia humana es que se sabe perfectamente bien cómo inicia, pero pocas veces como termina. Una palabra ofensiva, un gesto obsceno, un rayado en un edificio, un golpe físico, piedras, barricadas, fuego, destrucción, saqueo y armas son sencillamente el primer paso hasta llegar a la muerte de un semejante. Esto hace que la violencia, por pequeña que parezca, haya que detenerla y condenarla con firmeza a tiempo, de lo contrario, sigue un cauce que, sin la intervención racional genera naturalmente una nueva violencia que siempre buscará superar la intensidad de la fuerza usada con anterioridad.
Pero, la violencia humana no crece en los árboles ni sale dentro de los volcanes. Surge en el interior de hombres y mujeres, con lo cual no nos queda más que reconocer una cierta deshumanización en nuestras relaciones humanas. El egoísmo, la desconfianza y una idea de éxito a cualquier precio han sido, en muchos casos y a todo nivel, la medida de un individualismo que hace ver en el otro un mero instrumento para alcanzar el propio bienestar.
Pero, a pesar de la violencia latente en nuestra sociedad, hay indicios inconfundibles por alcanzar una convivencia pacífica, sobre todo cuando en la calle aparece el verdadero Chile marchando pacíficamente, limpiando monumentos, barriendo avenidas y sacando escombros en distintas ciudades. Pero estos resultados no son suficientes si lo que buscamos es una sociedad más justa, pacífica e inclusiva. Para que así sea debemos también volver a confiar en las personas, en el vecino, en el compañero de universidad, en el colega de trabajo y en el amigo que piensa distinto. Qué importante es volver a mirarnos a los ojos sin ideas preconcebidas, con justas y válidas diferencias, pero sin rencor ni odio.