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Por Francisca Cifuentes. Psicóloga, supervisora clínica del Centro de Atención Psicosocial CAPS La Florida Universidad de Las Américas.
El 11 de enero de 2022 comenzó a regir la Ley Nº 21.334 sobre la determinación del orden de los apellidos por acuerdo de los padres. Esta ley permite que las personas puedan escoger el orden de los apellidos, pudiendo, por primera vez en Chile llevar el apellido materno antes que el paterno. La decisión del orden de los apellidos puede ser tomada por quienes inscriben a la persona en el registro civil o por mayores de edad que deseen solicitar el cambio.
Ya el primer día de vigencia de la ley, se habían agotado las horas disponibles para realizar el trámite. Esta alta demanda responde a un problema social que los movimientos feministas vienen denunciando hace mucho tiempo, el cual tiene relación con la falta de reconocimiento a la dedicación, exclusiva en muchos casos, de las mujeres a las tareas de crianza, y la visibilización de la poca participación de muchos padres en esta labor.
Además, con la aprobación de los retiros del 10% de las AFP, se hizo pública la cantidad de deudores de pensiones de alimentos, los llamados “papito corazón”, quienes pusieron el grito en el cielo al tener que pagar todas las mensualidades atrasadas. En contraparte, se les llamó “mamá luchona” a quienes decidieron hacer valer estas deudas, mostrándonos una vez más como se mantienen los roles y mandatos respecto a las tareas de cuidado y crianza.
Es importante reflexionar sobre las implicancias que puede tener a nivel personal poder escoger el orden de nuestros apellidos y como esto influye en nuestra propia identidad. La forma en que somos nombradas afecta directamente la construcción que hacemos de nosotras mismas, de nuestro sentido de pertenencia y la forma en que nos vinculamos con el mundo. La posibilidad de cambiar los apellidos puede mejorar la vivencia subjetiva de la persona, su bienestar psicosocial y su salud mental.
Podemos pensar, entonces, el cambio en el orden de los apellidos como un enfrentamiento a aquellas dinámicas que se han mantenido incuestionables por tantos años y que, muchas veces, sin darnos cuenta, sostienen inequidades de género (relaciones de poder asimétricas). Pensemos la promulgación de esta ley como un homenaje hacia quienes han criado y cuidado, donde la identidad se articula en torno al apellido que representa esto y no solo por compromiso o tradición.