Finalizamos un primer semestre lleno de incertidumbres. Con alarmantes cifras de violencia escolar de acuerdo a diferentes reportes entregados por las autoridades ministeriales. Si bien, amplios estudios provenientes de la academia visualizaban un panorama complejo e inestable en el aspecto emocional de niños, niñas y adolescentes una vez ocurriera el retorno presencial, la situación fue mucho más abrumadora y superó cualquier estadística. Así lo demuestran los indicadores emanados desde la Superintendencia de Educación, los cuales dan cuenta de un aumento del 60% en las denuncias por maltrato físico y/o psicológicos entre estudiantes. Hasta aquí comprendemos, desde una mirada teórica y academicista, el contexto social por el cual se encuentra la educación en Chile. No obstante, los remediales y mecanismos para subsanar las problemáticas existentes aún siguen pendientes.
Como es sabido para quienes nos enfrentamos cotidianamente a los desafíos de la
educación, especialmente la pública, la coherencia entre la cultura escolar, las acciones
y las metodologías de enseñanza son claves para cumplir cualquier proceso de aprendizaje. Un establecimiento puede desarrollar propuestas y acciones concretas que permitan impactar positivamente en el clima organizacional de una comunidad educativa, pero lamentablemente si esto no es acompañado de una sintonía nacional, muy poco avanzaremos en materia de violencia escolar.
Chile es un país violento. Cuenta con una historia política y social marcada por momentos de profunda desigualdad e inestabilidad. ¿Acaso no es violenta la desigualdad social? ¿La corrupcion política? ¿Las colusiones del sistema de salud y multitiendas?
Hoy por hoy observamos una violencia que en nuestra cultura se encuentra normalizada: la política. En este proceso constituyente hemos presenciado constantes descalificaciones, conflictos y peleas entre partidos políticos que se culpan unos a otros de manera reiterada y permanente. Incapaces de exponer puntos de vistas sin caer en el menoscabo y con una incapacidad absoluta de mantener un diálogo centrado en la “sana convivencia” ¿No es irónico?
Por mucho que los equipos de convivencia escolar trabajemos arduamente en realizar
intervenciones, charlas y proyectos que apunten en mejorar la manera que tenemos de
relacionarnos, el aprendizaje de los valores es un espejo de nuestra sociedad. Es
contraproducente hablar de cyberacoso en estudiantes de octavo año básico si nuestros
políticos y políticas se agreden verbalmente por redes sociales. Es contraproducente
desarrollar talleres que apunten al respeto y aceptación de diversos puntos de vista si
por la televisión abierta se enfrenta violentamente el apruebo y el rechazo.
Es cierto que la pandemia afectó la manera que teníamos de relacionarnos y agudizó
problemas emocionales en nuestros niños, niñas y adolescentes, los cuales han
aportado al desarrollo de la violencia escolar. No obstante, estamos pasando por alto lo
que las nuevas generaciones observan de nosotros mismos.
¿Cómo erradicamos la violencia escolar entonces? Probablemente cuando nuestros
líderes comprendan que ellos también son el reflejo de la violencia y aporten a que
nuestra sociedad avance genuinamente a la aceptación de las diferencia como una
oportunidad legítima de aprendizaje. Entonces, cuando seamos espectadores y espectadoras de debates políticos con altura de miras y en el marco de una “sana
convivencia”, podremos hablar con propiedad de métodos efectivos para erradicar la
violencia escolar.
Nadia Garcés Montes
Encargada de Convivencia Escolar