Dr. Sebastián Rumie
Académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones UCEN
El 4 de septiembre de este año se realizará en Chile el Plebiscito Constitucional de Salida, uno de los eventos más importantes de la historia contemporánea del país. En esta coyuntura, se enfrentan dos posturas: apruebo y rechazo. A simple vista, la primera postura representa a los grupos progresistas de la sociedad, los cuales buscarían que Chile avance por un camino más justo e igualitario distinto al diseñado por el chicago-gremialismo. Mientras que la segunda postura representa a los grupos conservadores, los cuales se opondrían al cambio simplemente buscando defender el statu quo. Sin embargo, ¿es correcta esta forma de entender las posturas asociadas al apruebo y rechazo? Ciertamente no.
El conservadurismo, enmarcado en el pensamiento de Edmund Burke, no se opone al cambio sin más, sino que se resiste a él. La diferencia entre oposición y resistencia es sutil, pero importante. El conservador se resiste al cambio dado que posee la certeza de que el ser humano es moral e intelectualmente imperfecto, por lo que desconfía de las intenciones y la capacidad cognitiva que los individuos poseen a la hora de promover y planificar transformaciones sociales. ¿Significa esto, entonces, que los conservadores se oponen al cambio sin más? Reitero, la respuesta es no.
El conservador está abierto a la posibilidad del cambio e incluso la revolución. Edmund Burke, por ejemplo, defendió la Revolución Gloriosa en Inglaterra de 1688. No obstante, para el conservador, los cambios no pueden estar basados únicamente en lo que los humanos, seres moral e intelectualmente imperfectos, dictan. Los cambios, por el contrario, deben estar enmarcados en la tradición. Es sólo la tradición la que puede establecer las bases del cambio, en tanto que aquella, a lo largo del tiempo, ha seleccionado las mejores prácticas e instituciones de nuestras sociedades.
Edmund Burke fue, en este sentido, un crítico de la Revolución Francesa. Según él, aquella pretendió acabar con el Antiguo Régimen en el nombre de ideas abstractas (fraternidad, igualdad y libertad) que no se enraizaban en la tradición. De hecho, esta revolución puso la capacidad racional, moral y el voluntarismo humano en el centro del cambio, precisamente con el fin de refundar a la sociedad francesa. Por ende, considerando que el proceso constituyente chileno también aboga por una refundación construida racionalmente e inspirada en ideas que no pareciesen estar, por ejemplo, enraizadas en tradición institucional, ¿se puede extraer algo relevante del conservadurismo burkeano para interpretar el plebiscito de salida? Sin duda.
Lo que está en juego en este plebiscito no es aprobar o rechazar el cambio, sino que el tipo de cambio que tendrá lugar en Chile. Por ende, es importante preguntarse: ¿cuál es la idea de Nación propuesta en el borrador? ¿Es pertinente terminar con el presidencialismo? ¿Necesitamos el bicameralismo asimétrico? ¿Debe haber un sistema de justicia unitario que respete la igualdad ante la ley? Todas estas preguntas refieren al asunto de la continuidad y la tradición. De modo que nuestra decisión con respecto al plebiscito debería referirse, sobre todo, a si el borrador constitucional supone un cambio que da continuidad a ciertas características que consideramos significativas para nuestra Nación. Después de todo, siguiendo la lógica burkeana, la nueva constitución debería representar un pacto entre los muertos, los vivos y los que están por nacer. No sólo un pacto entre vivos que buscan refundar la sociedad, tal como sucedió en la Revolución Francesa.