Las últimas precipitaciones en la zona centro y centro-sur de Chile vinieron a aliviar en parte la falta de agua que aqueja a estas regiones por más de 14 años. De hecho, el mes de julio por primera vez en 16 años, se comportó como un mes normal en precipitaciones en Santiago, alcanzando 68 mm, lo que significa que, en este medio año, ha llovido más de lo que llovió en todo el año 2021.
Si bien las precipitaciones en la zona central han disminuido a la mitad el déficit de lluvias que afectaba entre La Serena y Chillán, siendo para Santiago inferior a 30%, esto no quiere decir que el fantasma de la sequía se haya ido para siempre.
Para poder determinar una condición climática en alguna zona, se deben analizar, al menos series climáticas de 30 años. En este sentido, y analizando el comportamiento de las precipitaciones y temperaturas en las regiones de la zona central del país, se puede apreciar claramente una tendencia a la disminución de las precipitaciones en un 30% y un aumento de las temperaturas máximas entre 3°C a 4°C. Por lo tanto, las precipitaciones de julio sólo han sido un verano de San Juan en medio del cambio de clima que está experimentando nuestro país. De acuerdo a expertos, para poder superar el déficit hídrico que existe, debe llover “de manera normal” durante, al menos, 7 años, esto significa que debería llover 350 mm aproximadamente anualmente.
Ahora, las últimas precipitaciones se dieron a causa de una condición climática especial que ubica un centro de altas presiones en la Antártica, facilitando que los sistemas frontales que iban el sur, se desplacen más hacia el norte. Sin embargo, esta situación no es la normalidad, por lo que debemos asumir que aún tendremos déficit hídrico.
Otro punto importante de mencionar es que, el comportamiento de las precipitaciones también cambió, ya que se ha evidenciado que la intensidad de éstas (es decir, la cantidad de mm que caen en un determinado tiempo) ha aumentado, lo que incrementa el riesgo de remociones en masa, considerándo que cada vez se construyen viviendas que superan la cota 1.000 m.s.n.m. Al llover de manera concentrada, el suelo no tiene la capacidad de absorción, por lo que aumenta el escurrimiento superficial, generando aluviones, como el recordado aluvión de la Quebrada de Macul, ocurrido el 3 de mayo de 1993 y que destruyó 307 viviendas, dejando a 32.646 personas damnificadas. Lo más preocupante es que, pese a este desastre, la zona se encuentra totalmente poblada, exponiendo a sus habitantes a un desastre mayor al descrito.
Hemos de esperar que la nueva ley ONEMI y la recién promulgada ley de Cambio Climático ayuden a regular el crecimiento de las ciudades y velen por la reducción del riesgo de desastres, que tan al debe se encuentra en nuestro país.
Fabiola Barrenechea R.
Directora Observatorio en Gestión de Riesgo de Desastres
Universidad Bernardo O’Higgins