Somnolencia, dolores de cabeza, taquicardias, dificultades a la vista y hasta convulsiones son algunos de los efectos adversos que pueden producir los antialérgicos si se consumen de forma prolongada.
En septiembre no sólo le damos la bienvenida a la primavera y a días más cálidos, sino que también a las alergias y sus efectos sobre nuestro organismo. Gracias al proceso de floración de muchos árboles y el incremento de los niveles de polen, entre otros, la carga de alérgenos en el aire aumenta considerablemente, provocando que muchos comiencen a sentir los molestos síntomas de las alergias estacionales.
Paula Molina, química farmacéutica de Farmacias Ahumada, comenta que las alergias son una respuesta exacerbada del sistema inmune frente a agentes externos que son inofensivos para el resto de la población y que están presentes en el día a día, como el polen, el polvo o algunos ácaros. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sitúa las alergias como la cuarta enfermedad más importante en el mundo, afectando a más de 300 millones de personas, un 20% de la población mundial.
“Por las condiciones ambientales, en esta época aumenta el consumo de medicamentos que alivian la sintomatología que presentan las alergias, pero hay que tener cuidado con la automedicación, ya que su abuso o uso indebido podría significar importantes riesgos, sobre todo en personas con enfermedades crónicas o que consumen otros medicamentos de forma periódica”, indica Molina.
Uno de los fármacos más utilizados son los antihistamínicos, que inhiben o bloquean la histamina (una molécula de señalización responsable de los síntomas alérgicos cuando hay un exceso en el sistema), ayudando con el manejo de la congestión nasal, los estornudos, la picazón e hinchazón de las vías nasales. Sin embargo, los clásicos o de primera generación como la clorfenamina y la difenhidramina, también poseen efectos sedantes por lo que afectan directamente los estados de sueño y vigilia. En dosis adecuadas, provocan somnolencia y disminución de la concentración, pudiendo ser un riesgo a la hora de conducir o realizar labores que requieran de una concentración alta.
“También tienen un efecto anticolinérgico, interviniendo en el equilibrio del sistema nervioso central, lo que puede provocar taquicardias, palpitaciones, arritmias cardiacas, alucinaciones, dolores de cabeza, agitación, nerviosismo, temblores, dificultades en la visión y convulsiones, junto con otras como la disfunción eréctil, estreñimiento y hasta retención urinaria”, añade la farmacéutica.
En este sentido, pacientes con diabetes, epilepsia, problemas a la próstata, hipertensión, glaucoma, cardiopatías, problemas a la tiroides o aquellos que consuman fármacos que se metabolicen en el hígado (como los antiinflamatorios) deben tener especial precaución ante la ingesta de estos antialérgicos, “no sólo por los efectos secundarios que provocan, sobre todo si se hace de forma indiscriminada, sino por las interacciones que pueden producirse con los medicamentos utilizados para controlar sus patologías”, argumenta.
A su vez, los antihistamínicos de segunda generación como la desloratadina, loratadina, o fexofenadina, son más seguros porque producen menos efectos adversos en el estado de vigilia, pero -de igual forma- generan efectos adversos e interacciones medicamentosas, aunque en menor medida.
Como señala la Clínica Mayo, la combinación con el alcohol, los antidepresivos o los barbitúricos con antihistamínicos podrían afectar severamente el sistema nervioso central, pudiendo provocar un colapso que pondría en riesgo la vida. Por eso, es fundamental hacer un llamado contra la automedicación y el consumo de estas sustancias de forma desmedida o sin la supervisión de un facultativo. “Los medicamentos de este tipo están formulados para aliviar los síntomas de la alergia, no para complicar o generar mayores problemas en nuestro organismo”, concluyó la farmacéutica.