Por Yerko Villanueva, Jefe Social Territorial de Hogar de Cristo.
¿Puede doler un libro? Puede, claro que sí, y mucho. Pero ese doler puede ser también profundamente movilizador si nos hace ver lo que muchas veces preferimos esquivar, eludir, no afrontar. Y nos hace tomar conciencia y ojalá actuar en consecuencia. “Reportaje a las urgencias” es justamente eso: una selección de contenidos –entrevistas, reportajes, columnas de la periodista y escritora Ximena Torres Cautivo– sobre pobreza y necesidad que duele, porque se trata quizás de la realidad que más nos cuenta afrontar.
Dos relatos me han impactado profundamente y sinceramente me han dolido. Uno se originó en la vida en la calle y el otro en la pobreza rural, que a menudo queda tan oculta. Milton y Floridema personifican estas historias. Quienes a pesar de vivir en realidades diferentes, comparten un destino común y frecuente: la pobreza les arrebató la vida.
Milton, un migrante colombiano en situación de calle y sin una pierna, perdió la vida como resultado de una golpiza injustificada por un grupo de ex marinos borrachos en Iquique. Floridema, en cambio, vivía en Ancud, en Chiloé. Sin ingresos y también sin una pierna a causa de su búsqueda de ingresos, dependía de una pensión básica y de la pensión de invalidez de su hija, Yanett, una mujer de 48 años, que es sorda y tiene discapacidad intelectual. Tras la muerte de Floridema este año, Yanett quedó sin su única cuidadora, amiga y mamá. Una realidad que ilustra otra faceta de la vulnerabilidad social en Chile, donde el 72% de quienes cuidan a personas postradas, discapacitadas o dependientes son mujeres mayores, sin ayuda o compañía.
En Chile, 200 mil adultos mayores viven bajo la línea de la pobreza, como Floridema. Al mismo tiempo, alrededor de 40 mil personas, en circunstancias parecidas a las de Miltón, se ven obligadas a vivir en las calles del país. Es llamativo que la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), que desempeña un papel fundamental en la formulación y evaluación de políticas públicas, no incluya a estas personas en sus registros. Los expertos dicen que para las personas en calle hay herramientas específicas, pero se hacen muy a lo lejos y lo le toman el pulso a una realidad en ascenso. No hay que ser un gran observador para darse cuenta de cómo se ha incrementado el número de hombres y mujeres viviendo a la intemperie. Y cómo, por lo mismo, ha cambiado su perfil.
¿Duele leer este libro? Sí, claro que sí, y mucho. Son 180 páginas que le dan nombre, rostro e historia a los más excluidos de nuestro país. Por eso invito a las autoridades, empresarios y figuras del ámbito social a tomarse el tiempo y leer sus historias. No es solo un llamado a la empatía o a la solidaridad, esos son conceptos que ya se han explorado y, a menudo, vaciado de significado. Es, en cambio, una campanada de alerta y una invitación a reconocer la complejidad de nuestra sociedad y a cuestionar las narrativas simplistas que a menudo dominan el discurso público.