* Por: Pedro Díaz Polanco, Analista Internacional, Universidad Austral de Chile
Tras los ataques de Irán del sábado pasado, Israel anunció que devolvería la agresión. Pues bien, esto se materializó seis días después, cuando Tel Aviv, lanzó una mínima ofensiva sobre la provincia de Isfahán; no obstante, este ataque no puede sólo ser analizado por su leve intensidad, sino también por la potencia de su mensaje.
A saber:
Netanyahu, y más allá de cualquier análisis sobre la legitimidad de la acción, estaba “obligado” a responder, ya que el sistema político de Israel se basa en la seguridad del Estado. Esto implica que cualquier omisión o inacción respecto a los ataques de Irán le hubiese significado una salida segura del poder. A su vez, Israel es consciente que su ataque a Isfahán no puede caracterizarse como legítima defensa, ya que él fue el primer agresor, por lo que su ofensiva nace con la calificación de represalia, la que está prohibido en el derecho internacional. A su vez, Israel sabe que Washington, su principal aliado, no iba a aceptar que este ataque fuese motivo de una escalada bélica en la región, por lo que se vio condicionado a limitar la intensidad del ataque a fin de “evitar” el debate acerca la proporcionalidad y la legitimidad de la acción. También es importante establecer que limitar la intensidad del ataque fue una forma de agradecer el Veto que Washington aplicó en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que evitó que Palestina fuese reconocido como un Estado de pleno derecho.
Ante estos escenarios, Israel atacó a Irán de una forma que le permitiera protegerse de las críticas a nivel interno por la falta de acción y por las potenciales acusaciones de desproporcionalidad e ilegalidad que podrían levantarse a nivel internacional; no obstante, los ataques sí enviaron un mensaje potente a Irán, y que no es otro que reconocer el territorio sobre el que se desarrollaría un futuro ataque masivo de Israel, y que no es otra que la zona en la que se encuentra el centro del programa nuclear iraní.