…Corría un día domingo de otoño; día soleado, cuando niños y niñas entre 6 a 13 años; jugaban, iban de visita, trabajaban, buscaban leña, paseaban a caballo, escuchaban el partido de fútbol y, de un momento a otro, sienten que algo extraño pasaba; se movía la tierra, no podían permanecer en pie; algunos se arrimaron a los árboles, otros buscaron refugio; mientras los adultos, algunos rezaban; otros se dirigían a sus casas.

Durante uno de los talleres, los usuarios del Programa Mas Adulto Mayor Autovalente, MÁS AMA, del Cesfam Dr. René Tapia; de forma improvisada comenzaron a relatar sus recuerdos del terremoto del 22 de mayo de 1960.

Los cambios producidos durante el envejecimiento se deben a la combinación de variados factores en el proceso biológico normal; es por ello, que el Programa cuenta con talleres de estimulación cognitiva; a través de ejercicios de estimulación para la memoria explicó Fernanda Nitor, terapeuta ocupacional del Programa Más Ama.

Así es que, a partir de sus relatos y experiencias; quisimos conmemorar el terremoto del 22 de mayo del ’60 y, se nos ocurrió mostrar en imágenes, junto a sus vivencias de aquel día; para ello, el día lunes 27 de mayo, expondremos en el hall del Cesfam; para que la comunidad conozca los recuerdos por ellos plasmados en sus narraciones.

Este fue un trabajo; explicó Fernanda, de recopilación de información de los usuarios del programa; a través de los integrantes del programa y la periodista de atención primaria de salud.

Carlos Sepúlveda, director (S) del Cesfam Dr. René Tapia, invita a la comunidad, usuarios y usuarias del centro de salud, a visitar esta significativa muestra; que surge del diálogo de las personas mayores que participan de los talleres del Programa Más Ama; además, aprovecha de agradecer al equipo de salud; reconociendo que este tipo de acciones fomentan espacios de sociabilización; se generan redes de apoyo; contribuyendo a mejorar la calidad de vida de este grupo etáreo.

 Durante estos días; agregó Fernanda Nitor, terapeuta ocupacional del Programa, tuvimos muchas conversaciones; hay una rica información con imágenes, esperamos puedan visitar estas fotografías con tanta historia.

            El domingo 22 de mayo, a eso de las 15:15 hrs., en Castro, el terremoto que había empezado en Valdivia, comenzó a dejar estragos en Chiloé. “Era terrorífico”, señaló Jessi Urrutia; una niña en ese entonces de calle Gamboa; “Recuerdo que mi papá había escuchado la radio y que el terremoto el día antes había sido en Concepción, y es día en Castro, había un partido de futbol”, él nos dijo – sigue temblando en Concepción-; así que decidió no ir al partido… “Mi papá tenía intuición porque había vivido el terremoto del ‘39, siempre nos hablaba de ello”.

Ese día 22, “era un día precioso, con mis hermanos, andábamos en bicicleta. (antes la oficina de correo estaba en la esquina donde ahora está la gobernación) a media cuadra de mi casa; entonces mi papá; dijo, pueden ir en bicicleta hasta la esquina del correo” (pensando que podía pasar algo por los temblores que había en el norte); “como a eso de las 14:30, me fui y como era tan obediente”, dijo graciosamente recordando ese momento… “me di la vuelta a las 4 cuadras hasta la calle Sotomayor; cuando iba llegando a la esquina de Sotomayor con Los Carrera en bicicleta, vino el primer temblor que fue súper fuerte y mi bicicleta se movió de un lado a otro; ahí apreté y me fui a mi casa”.

No nos sostuvimos, para mí el movimiento fue de 10 minutos y no fue de 9.5 grados; la sensación fue de 12 grados; se cortó el agua, después de ahí como a la 5 de la tarde nos fuimos al terreno de enfrente, donde Arturo Pérez; en el patio tenía como un quincho, ahí nos acomodamos muchos vecinos, nos juntamos.

            Otra niña más pequeña en esa época; Rosa Arias, ella tenía entre 5 y 6 años; “recuerdo prácticamente todo” afirmó; lo impactante nunca se olvida, “yo estaba en el patio jugando; porque estaban todos los hombres en el estadio, había un partido; mi papá se quedó en la casa; porque quería comer roscas dulces y cuando escucho en la radio lo de Valdivia; le dijo a mi mamá que llene un canasto con cosas; incluida las roscas, y mi papá sacó un somier y lo puso en la esquina de Thompson, yo vivía en Pedro Aguirre Cerda”.

“Mis papás nos dejaron ahí con un colchón y una frazadita tapaditos; aún no pasaba nada, nosotros nos quedamos mirando los movimientos de lo que pasaba en la calle; a mi papá le dijeron que estaban “Chalao”, porque dijo – esto se viene fuerte-, entonces cuando llegamos a la esquina; la tierra se abría, había personas que cayeron adentro y no se supo cuántas personas fallecieron de esa manera”, comentó impactada.

“Yo vivía en la playa”; expresó María Díaz, una pequeña niña de 11 años, mi casa estaba a orillas del mar; en el campo frente a Castro. “Ese día mi mamá me dijo vamos a ir a buscar leña por arriba; subimos una cuesta; el terreno era de pura altura y llegamos al llano; el terreno estaba lleno de espinillos y, le prendimos fuego, de repente miramos el humo de la quema de espinillos, era como olas, y dije – que raro que sea como olas- y mi mamá me decía -está temblando- y de ahí me fui donde estaba ella y cada vez era más fuerte; apareció un ruido muy fuerte, era espantoso; no calmo… seguía temblando, seguía los minutos; la tierra se abrían y así todo el rato; después ya no pudimos estar en pie; llorábamos rezábamos, y no pasaba, no pasaba, de tanto pasó; luego subimos y nos fuimos a una casa de los vecinos, nos reunimos 4 familias ahí”.

“Desde lo alto miré, y vi como subía la marea y “nunca más quedó en su ser” … siguió subiendo el mar, nos llevó un pedazo de siembra, de todo se apoderó el mar” destacó.

Para Ulda Ballesteros, quien tenía 13 años; manifestó, “yo pensé que era el fin del mundo; nosotros vivíamos frente a la casa de Juan Soto (en calle blanco); y en calle Ramírez estaban mis padres; nosotros con la abuelita Yolita; estamos visitando a una tía; empezó el temblor y nos agarramos de un árbol, si no nos caímos”; mientras tanto, en Castro había un partido de fútbol y dicen, recordó, que “los jugadores se pusieron con los brazos abiertos; porque se abría la tierra. Yo, mientras era el terremoto, rezaba el Credo y no alcanzaba a terminar y comenzaba una y otra vez; ya luego terminó el terremoto y empezó a temblar a cada rato, hasta un año, era seguido… Nosotros dormimos vestidos, y mi mamá nos daba café a todos, terminada el temblor no tendimos en la cama con ropa con todo empezaba los temblores y salíamos de nuevo.

Aquello que no destruyó el terremoto lo destruyó el incendio…” lo peor vino en la noche”; relató Ulda, hubo un incendio en calle Blanco; a mí lo que más recuerdo es que en la calle Blanco murió un amigo de 13 años; al salir del incendio lo agarró una ruma de leña que cayó encima de él. Otra niña en calle Lillo, que fue a buscar a unas amigas para que la acompañen al cementerio y comenzó el terremoto y la aplastó el barranco ella no alcanzó a salir fue terrible”, cuenta con mucha tristeza.

El mayor susto; dijo Jessi, “fue en la noche que empezó el incendio, nos asustamos; eso fue terrorífico, el incendio comenzó en la calle Blanco hasta Thompson; en esa época no había linternas, solo nos alumbramos con velitas”.

La Sra. Jessi; continúa, “nosotros con mi papá, salimos a ver como a las 5, a la plaza; llegamos hasta calle Blanco donde está el Banco Chile(actualmente), y todas las calles estaban abiertas; los negocios abiertos, las paredes agrietadas. Chiloé era puerto libre esos años y las vitrinas había puras cosas importadoras; estaban todas las cosas caídas en la calle; los chocolates, toda la importación; toda venia de Alemania, Suiza, Estados Unidos; donde llegaban parkas, juguetes, relojes suizos y, como niños ayudamos a recoger y ni siquiera un chicle tomábamos; detalló, porque no era nuestro; era otra época”, reflexionó.

“A eso de las 7 estaban todas las personas de la calle Pedro Aguirre Cerda que subieron a la plaza; llegaron carpas de campaña; también estaba la compañía de bomberos con el Padre Pérez, que hicieron ollas comunes en la calle” … En la plaza fueron a buscar a todos los niños, para que fuéramos a tomar leche con pancito.

Rosa Arias, cuenta que, en la noche, se fueron a vivir a la plaza, “era como casitas de los pescadores”.

“La tierra se partió”; recordó María, “una parte arriba y otra bajo, el terreno y el mar tampoco volvió a su cauce. Es algo que no quiero vivir otra vez, ahora estoy sola; pero están mis vecinos”.

“Nosotros antes del terremoto estábamos cerca de Castro, en Coñico; teníamos que caminar hasta Tongoy, era más corto el trayecto por bote a Castro; solo el que tenía caballo podía ir; ¡si no a pata no más!, pasando por trancas para capear el agua y barro que había; eran tres o cuatro horas. Había mucha pobreza, no había trabajo, donde había un hombre que podía viajar para trabajar, había plata; donde no había hombre y había mujer, era más pobreza, en mi casa no había nada”.

“Antes del terremoto Chiloé era olvidado, postergado y discriminado, había poco conocimiento; agregó, María Díaz; uno de los milagros más grande fue cuando llegó don Aureliano con la radio, antes de eso no se sabía nada”.

“Ojalá esto no vuelva a ocurrir”; manifestó Jessi; luego del terremoto, “comenzó la reconstrucción, gracias a la solidaridad, había una olla común, había que compartir” …

“A pesar de todo ese sufrimiento que pasamos en ese momento, ese susto, miedo; nosotros entre los vecinos nos aportamos cosas; si mi mamá tenía dos panes grandes y el otro no tenía pan y, tenía otra cosa, intercambiamos; si uno se le rompía un cerco, una ventana que se cayó, o algo, entre los vecinos se ayudaban unos a otros, era como una minga; no como ahora, te pasa algo y nada; entre nosotros teníamos que ayudarnos; señaló con nostalgia.

“Yo como niña no tuve susto”, aseguró Sonia Pérez, “no sabía lo que era, lo que me preocupaba eran los animales; porque “bramaban” tanto, era muy fuerte y mi caballo estaba detrás del árbol y yo arrimada al árbol y veía como se partía y abría la tierra. El mar se recogió en Quellón; después salió con una tremenda fuerza”. Algunos vecinos fueron a buscar refugio en su casa, puntualizó.

Ulda, relata que “la Francisquita”, de propiedad familiar, (embarcación que fue pionera, en la década del 50 contribuyendo a la anhelada conectividad). https://losbarcosdejuanvasquez.wordpress.com/2012/06/01/la-lm-francisquita-2/) estaba en el molo, porque esa semana se inaugura el molo y la aduana; era preciosa la Aduana; gracias a Dios que mi papá y el tío estaban en la Francisquita; sino que habría pesado, cortaron el cabo y se fueron a medio, ellos eran muy buenos marinos, dijo con orgullo. Un metro y medio subió el mar; la gente que estaba cerca de la playa y en bote se subió a la Francisquita, ahí estuvieron protegidos.

Para muchas de las personas que contaron sus historias; señalan que ojalá nunca más vuelvan a vivir una situación como esta; todos sintieron que el grado del terremoto fue mayor a lo informado por las autoridades. Además, reconocen que la ayuda de autoridades llegó mucho más tarde; algunos sienten que nunca llegó; pero que sí, a través de la fuerza de haber soportado un embate como el terremoto y luego el incendio, junto a la solidaridad del ser chilote; fue posible reconstruir nuevamente.

El equipo de salud agradece los relatos de antaño; las necesidades que allí surgieron, ayudan con sus experiencias.

A través de estos talleres, se contribuye; además, con el propósito de promover el envejecimiento activo, positivo y saludable.