Por: Simón Sierralta Navarro, Académico, Escuela de Arqueología UACh, Sede Puerto Montt.
La discusión en torno a la relación entre canoeros y huilliches en Reloncaví y Chiloé es un tema contingente. Una opinión basada en sentidos comunes plantea que estos últimos serían “invasores”, que se apropiaron del territorio chono después del siglo VIII d.C., por lo que no debieran ser considerados pueblos originarios. En ese marco, es bueno recordar que el convenio 169 de la OIT, ratificado por Chile, establece que los pueblos pueden ser considerados indígenas por “descender de poblaciones que habitaban el país (…) en la época de la conquista o la colonización”. Un arreglo similar establece la ley indígena de 1993.
En todo caso, la evidencia histórica y arqueológica puede enriquecer la discusión. El territorio austral próximo a Reloncaví ha estado habitado por seres humanos desde hace 14.500 años, como atestigua el sitio Monte Verde. Desde hace seis milenios, se desarrolló un nuevo modo de vida nómade marino, y sociedades canoeras poblaron las costas desde Valdivia hasta el Golfo de Penas. Vivían de la caza de lobos marinos y aves, la pesca y la recolección de mariscos. Los españoles encontraron estos grupos cuando ocuparon Chiloé, y utilizaron el término “chono” para agrupar a identidades diversas: guaigüenes, caucahues, taijatafes, calenes, entre otros.
Por otro lado, existe evidencia arqueológica de sociedades agrícolas en las costas de Reloncaví a partir del siglo VIII d.C. Ello no significa que haya existido una invasión, una apropiación territorial y menos un exterminio. Todos los datos apuntan al establecimiento de relaciones interculturales y diversas formas de interacción. El consumo de plantas cultivadas por parte de individuos canoeros se ha identificado en sitios arqueológicos a lo largo de las islas de Chiloé, Guaitecas y Chonos desde hace 1500 años. También las crónicas coloniales describen economías “mixtas”, de canoeros nómades con huertas de pequeña escala al sur de la boca del Guafo. Expediciones en los siglos XV y XVI registraron cultivos por todos los archipiélagos, que convivían con las prácticas de caza, recolección y movilidad trashumante en canoas. El modo de vida “chono” no fue afectado por la expansión al sur de la agricultura. Comenzó a desvanecerse cuando desde los enclaves españoles se desplegaron políticas de sedentarización forzada, agrupamiento en misiones religiosas, y expediciones que navegaron de Chiloé al sur para capturar “piezas”, como se llamaba a los indígenas esclavizados.
La recuperación científica de la historia canoera, nos enseña que la trashumancia marina fue uno de los varios modos de habitar el bordemar que a través de los siglos forjaron el maritorio chilote, navegante y agricultor a la vez. Reconocer esa diversidad nos permitirá enfrentar los prejuicios históricos y construir un diálogo intercultural y democrático sin exclusiones ni juicios equívocos, para avanzar en la protección y desarrollo sostenible de nuestra ecorregión.