Yonathan Fuentealba Contreras

Académico Ingeniería Civil Industrial

Universidad San Sebastián Sede De la Patagonia

 

La religión de los datos o el dataísmo, es lo que el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari ha denominado, irónicamente, a la sustitución de Dios y el hombre, por los datos. Los datos serían el nuevo dios del hombre. Todo gira en torno a ellos.  Una muestra de esto son los popularizados Modelos de Lenguaje de Gran Tamaño (LLMs, por sus siglas en inglés) que son entrenados con gigantezcas bases de datos, y sus aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA) Generativa como ChatGPT, Gemini o Llama. Si en los últimos veinte años Google nos permitió buscar información, ahora los chatbots nos permiten “crearla”.

Los datos ayudan en la predicción de patrones de compra de los consumidores en el retail, supermercados y tiendas online. Alimentan algoritmos de búsqueda y visualización de contenido en redes sociales y plataformas streaming. En la producción de vinos se incorpora la IA para predecir el tiempo de fermentación o disminuir la cantidad de agua utilizada en el riego. En cada Tesla, un software permite responder rápidamente aprovechando datos, información e IA para ajustar elementos del vehículo, como el sistema hidráulico y frenado regenerativo, reduciendo así el riesgo de accidentes y mejorando la seguridad. Y sin ir más lejos, en las góndolas de supermercados tenemos a NotCo, la foodtech nacional que elabora sus productos con IA como la famosa Notmayo o Notmilk.

La vida, el estudio, el mercado, las empresas, parecen no poder escaparse de este dataísmo. La cantidad de datos que deben manejar las  organizaciones no sólo sirven para controlar y gestionar recursos, sino que los datos en su consecuencia lógica se transforman en información, ésta en conocimiento, y el conocimiento se utiliza para la toma de decisiones. Es decir, el uso de los datos es una ventaja competitiva que las empresas y organizaciones no pueden ignorar.

Sin embargo, su implementación debe pensarse con cuidado. Existe el riesgo de desviarse hacia un utilitarismo radical, pasando por alto el único recurso vivo en las organizaciones: el talento humano. Hay desafíos éticos que no se pueden ignorar, pues la IA está inmersa también en los procesos de reclutamiento y selección a través de algoritmos que predicen emociones y rasgos en las entrevistas, e incluso, pueden vincular características de los postulantes con los requerimientos y perfiles de cargo que poseen las empresas.

Los datos tienen la inquietante capacidad de ser utilizados para predecir el comportamiento de los individuos y de los equipos, es decir, un “comportamiento organizacional predecible” que nos invita a cuestionar reflexivamente el cómo mirar a los colaboradores, socios y clientes sólo a través de los datos.

El dataísmo puede reconfigurar nuestra subjetividad y, con ello, tiene el potencial de afectar  emociones, estados de ánimo y percepciones dentro de las organizaciones. Es importante no deshumanizar la gestión y los procesos, lecciones más que aprendidas tenemos del hombre como apéndice de la máquina desde la primera revolución industrial. La adaptación debe hacerse con premura, pero también con prudencia en el uso, manejo y propósito de los datos, sin olvidar que las personas siempre son lo más importante.