Desde hace ya varias décadas en Chile, el 8 de marzo ha dejado de ser un día cualquiera en el calendario para gran parte de las chilenas y chilenos. Sin embargo, los sentidos y significados de esta fecha difieren. Las organizaciones de mujeres fueron las primeras en connotar el carácter reivindicativo de este día. Nos recuerdan, entre medio de ofertas de cremas de belleza y chocolates, que se trata de una conmemoración, no celebración, proclamada por ONU en los años setenta, cuyo origen se asocia a las denuncias de movimientos obreros desde inicios del siglo XX por las injusticias que vivían nuestras congéneres de la época, sobre todo en el plano laboral.
Si bien con el paso del tiempo, hay mejores condiciones sociales de las mujeres en general, en una mirada de largo plazo, se trata de logros muy recientes, e insuficientes. En la sociedad occidental es sólo hace una pocas décadas que las mujeres tenemos derecho a voto, después de siglos de exclusión cívica y política. En el país es sólo hace poco que se sanciona la violencia de género. Los “8 de marzo” son para reflexionar sobre los temas y brechas pendientes (igualdad salarial, co-rresponsabilidad). Sobre las “barreras” que todavía se requiere derribar en las casas, oficinas, en el metro, en la política, en las empresas, en la publicidad, etc. Y compartir esas reflexiones, abarcando los distintos planos de las relaciones sociales y de la vida. Es un día para conversar, visibilizar inequidades, que muchas veces quedan “debajo de la alfombra”, porque es mejor “tapar” lo que nos incomoda ver. Tiene el mérito de volver a poner en escena los derechos de todas las mujeres (jóvenes, niñas, indígenas, campesinas), porque de deberes ha estado cargada nuestra historia. La igualdad de género no se da por casualidad y no requiere flores ni recitales de música romántica.
Pamela Caro, Directora Centro CIELO Universidad Santo Tomás