Pedro Díaz Polanco
Director de la Escuela de Administración Pública
Universidad Austral de Chile
Actualmente, hay numerosas personas que son críticas de la realidad social de nuestro país. Para explicar esta posición, se señala que la clase política -y de forma sistemática- no ha honrado el mandato de representación ciudadana que se le entregó a las autoridades electas y a los partidos políticos, provocando -con ello- que millones de chilenos no sólo despertaran del letargo ciudadano en el que estaban, sino también se configuraran como un colectivo que hoy exige una serie de derechos y reivindicaciones que estuvieron postergados e invisibilizados en lo que es la discusión parlamentaria.
A partir de esto, hoy se reconoce a la clase política como un colectivo que se ha encargado de truncar anhelos y sueños. Lo anterior, en virtud de potenciar actuaciones que dividen ideológicamente y que perpetúan conductas egoístas que no reconocen a la persona como un fin. En ese contexto, aquellos que criticamos la sociedad nacional señalamos que ésta está contaminada por los efectos de un sistema que enaltece el individualismo, que fomenta la segregación y la discriminación, y en donde la materialización del bien común se plasma como una utopía teórica al evidenciarse, por ejemplo, no sólo la existencia de una justicia que tiene un alcance limitado, sino también una instrumentalización conceptual de la igualdad que -al conjugarse- configura a la dignidad como un atributo que se presenta en forma abstracta y que el Estado ofrece a migajas.
Ante esto, y sabiendo que soy parte de los que adscriben a este critico diagnostico, quiero creer que como sociedad sí somos capaces de reconfigurarnos desde el punto de vista cívico, pudiendo -en consecuencia- construir un Chile en donde los derechos humanos sean el factor que materialice la relación entre el Estado y las personas, y en donde la dignidad, la justicia, la libertad y el disfrute de los derechos sociales no queden secuestrados ni limitados por el poder o el mercado. En ese sentido, y sabiendo que el real empoderamiento cívico es un proceso lento, es que tengo confianza en que el actual momento constituyente -y muy a pesar de las actuaciones de las clase política- pueda ayudar a acelerar la necesaria reconfiguración cívica.