Guillermo Tobar Loyola. Académico Instituto de Filosofía. Universidad San Sebastián Sede De la Patagonia.
Hace poco las redes sociales y los noticieros nos presentaron a una mujer tendida en la playa, a quien la autoridad civil -representada en otra mujer- le pidió respetuosamente ponerse la mascarilla a causa de la actual pandemia. La respuesta de la bañista fue que “su tiempo vale oro”, incluso osó afirmar que vale más que el tiempo de la fiscalizadora. Pero ¿qué es el tiempo? y si ese tiempo vale oro ¿para qué sirve tener tiempo si no se cultiva una vida buena?
El tiempo puede ser una magnitud física que expresa lo que transcurre entre un evento y otro. En este sentido el reloj es el instrumento adecuado para medirlo. Así, el tiempo permite ordenar ese transcurrir en un pasado, un presente y un futuro. No es el caso tratar aquí el concepto físico del tiempo, solo decir que también es posible hacerlo en su dimensión mecánica clásica, relativista o cuántica. Desde la filosofía el tiempo puede ser comprendido desde distintas maneras. Aristóteles lo asocia al movimiento, San Agustín al alma y Kant a una intuición. Por último, también existe el tiempo en cuanto estado atmosférico.
No sabemos con precisión a qué tiempo se refería la bañista al afirmar que “su tiempo vale oro”, incluso un oro de mayor quilataje que el de su interlocutora. No quisiera pensar que se trató de un desprecio a la vida del otro por sentirse molesta ante la correcta fiscalización. Lo cierto es que el tiempo, efectivamente tiene un valor, por supuesto que no debido al metal precioso o al elemento químico que lo compone. Si el tiempo posee alguna importancia superlativa, es debido a que el ser humano se la ha asignado por alguna razón sublime. No hay que divagar demasiado para comprender que la existencia humana necesita de tiempo para para crecer, educarse, amar, trabajar y -¡cómo no!-, para ir a la playa. La razón sublime por la cual el tiempo vale es porque la vida humana posee un valor absoluto y, es este valor el que hace que el tiempo valga.
El oro es solo un metal precioso que en sí puede valer menos que una gavilla de leña durante una noche larga, fría y aislada. La vida humana -expresada en el transcurrir del tiempo- es valiosa en sí misma y ninguna vida vale más que otra. No importa el tiempo transcurrido de esa vida, ni la etapa ni las circunstancias en las que se encuentre, siempre y en todo momento se ha de respetar. Podemos disentir legítimamente en ideas, visiones del mundo e incluso de estilos de vida, pero no de la vida en sí misma.
Sencillamente es una lástima conocer actitudes que tienden a despreciar la vida de los demás apelando equivocadamente a una superioridad económica, social, educativa o de poder. Craso error creer que el tiempo vale más en la vida de uno que en la de otro. La educación y la autoridad moral no son metales preciosos que se adquieren con dinero sin más.
Acumular oro es, en efecto, solo cuestión de plata o de dólares, pero acumular cultura y educación exige la intención y el propósito explícito de hacerlo, incluso con abundante dinero y con superabundancia de tiempo pudiese no adquirirse. Lucrecio, poeta y filósofo romano del siglo I a.C. ya lo había denunciado en uno de sus poemas: “Vagabundos, debaten por nobleza, se disputan la palma del ingenio, y de noche y de día no sosiegan, por oro amontonar y ser tiranos”.